Despertando el 1 de enero de 2022

Recibir el 2022 suena como algo increíble después de lo que hemos pasado los últimos dos años, cuando en febrero de 2020 comenzaban a sonar las alarmas alrededor de mundo por el descubrimiento de la nueva pandemia; el COVID 19, un virus que tardaríamos meses o años en entender. El 2020 fue solamente de aprendizaje, la lucha de la ciencia con la política en un año de elecciones en los Estados Unidos puso un doble reto a la vida de millones de personas alrededor del mundo.

Lo digo con cierta nostalgia porque en octubre de 2018 viajamos por un mes a Asia visitando ciudades de Japón, Corea y China durante casi un mes. El  año nuevo 2020 lo recibimos como marcaba nuestra tradición en Nueva York. En febrero asistimos a la Feria de Turismo en Madrid y en marzo a la de Bogotá. Regresamos y el mundo cerró.

Los que en febrero de 2020 pensamos que este virus disminuiría su poder durante los meses de verano, como otros lo hacen, nos equivocamos, y fuimos millones los que vivimos ese error. El verano de 2019 resultó un desastre en los estados del sur de Estados Unidos porque que las autoridades que buscaban la reelección quisieron mandar mensajes de confianza, que fueron recibidos por un amplio grupo de la población con gran emoción que fue expresada en grandes reuniones en bares, fiestas y afluencia a las playas y albercas. Prácticamente todo el verano se superaban récords de contagios día con día y los hospitales anunciaban su máxima capacidad y la enorme frustración de los empleados de la salud.

Primero, las autoridades afirmaban que el uso del cubrebocas no era importante, después reconocieron su error y a marchas forzadas trataban de comunicar la urgencia de hacerlo. Si la gente había entendido que fumar en lugares cerrados se había prohibido por un hecho de cortesía y respeto hacia aquellos que no fumaban y que no era justo que corrieran riesgos de enfermarse por el humo de otros, nunca entendí porque la gente no tomaba la misma conciencia de usar el cubrebocas como un acto similar de respeto hacia otros. 

A dos meses de las elecciones el ambiente estaba politizado en torno a aquellos que “velaban por las libertades” y aquellos que escuchaban a la ciencia. El mensaje era “hay que regresar a clases”, pero había una lucha enorme por el “como regresar” en cuanto a que reglas de salud debieran de aplicarse. Todo era un experimento, tal y como fue el verano previo al regreso a clases; un experimento para saber qué pasaría cuando se abrieran los bares, restaurantes, centros comerciales, playas, entre otros lugares públicos.

Para el regreso a clases se dieron tres opciones; la primera era el regreso de tiempo completo, la segunda un híbrido entre clases presenciales y online y el tercero totalmente online. Cada ocho semanas los padres de familia podían reevaluar el sistema que habían escogido y optar por otro. Con esta condición decidí esperar a ver qué pasaba durante el primer período de ocho semanas. No fue necesario esperar tanto y tampoco se requería de mucha ciencia para saber lo que iba a pasar; los maestros y el personal administrativo comenzaron a enfermarse. Gente en condición vulnerable, maestros con diabetes, enfermedades cardiovasculares y respiratorias comenzaron a llenar los hospitales junto con padres de familia que se contagiaron con los alumnos que acudían a la escuela y portaban el virus.  Por supuesto, algunos niños enfermaron también, pero fueron los menos. Todos a casa de nuevo y todos a educación online con un reto mayor; no había suficientes maestros, así que el estado tomó las riendas y creó programas online para todos los estudiantes en cada demarcación.

Por más que todos deseábamos que terminara el 2020 para que el 2021 trajera la buena noticia de la vacuna, todavía nos faltaba un enorme recorrido. Así que, a diferencia de recibir el Año Nuevo en Nueva York, lo recibimos en casa, con un grupo pequeño de amigos que, igual que nosotros, había optado por cuidarse aislándose lo más y mejor posible.

Algunos esfuerzos de sacar vacunas al mercado comenzaron a verse a fines de 2020 pero fue hasta los primeros meses de 2021 que las vacunas que mostraban más confianza comenzaron a circular. El hecho es que nadie puede adelantar o hacer correr más rápido los tiempos de prueba de una vacuna. Si una vacuna tiene un proceso de prueba entre un grupo pequeño de tres meses y después, si es exitosa se lleva a un grupo mayor por otros tres meses y así sucesivamente, pues no hay forma de acortar esos períodos. Pero había otros retos mayores que vencer a los períodos de pruebas y estos eran dos de los más grandes; primero, la disponibilidad de las vacunas y el acceso a estas y segundo la confianza de la gente en este nuevo recurso. Ya había un movimiento previo a 2019 de gente que no quería vacunar a sus hijos porque decían que les causaba enfermedades como el autismo, algo que nunca se ha comprobado. Una vacuna nueva solo traería más dudas y las teorías de conspiración como aquellas de que iban a inyectar nano bots para seguir cada paso que demos alteraban la confianza de la gente que ya estaba muy vulnerada después de un 2020 lleno de información cruzada.

Pero aún los que se comenzaron a vacunar seguían viviendo en la incertidumbre porque la gran pregunta era; ¿me tengo que vacunar cada año o reforzar mi dosis como lo hago con la vacuna de la influenza?, aún hoy en enero de 2022 no lo sabemos. Tenemos que dejar pasar más tiempo para saber si la vacuna requiere refuerzos al medir cuantos se volvieron a enfermar y después de cuánto tiempo.

2021 siguió siendo de prueba y error. Sin embargo, descubrimos también nuevas formas de vivir y trabajar. La mayoría de las grandes empresas mantuvo a sus empleados trabajando en casa, desde 2019 impusieron que nadie volvería a la oficina hasta verano de 2021. La realidad es que este experimento sirvió para que las empresas se dieran cuenta que no tenían que tener a todos en una oficina, es más, que la productividad había crecido y los gastos habían disminuido. Todos aquellos que realizaban grandes inversiones en gastos de representación para viajar, visitar y consentir a sus clientes vieron que en el 2020 y el 2021 no fue necesario hacerlo y las ventas se mantuvieron, sino es que crecieron.

La vacuna comenzó a aplicarse muy tarde en el 2019 solo a unos cuantos como un mensaje de “ya estamos aquí”. El inicio de 2020 llevó a las vacunas que mejores resultados mostraron en los periodos de prueba a ser aplicadas, como debía de ser, a los médicos y enfermeros y enfermeras, así como a todos aquellos que trabajaban en los hospitales, clínicas y centro de salud y que habían, no solo dedicado días y noches, sino que habían arriesgado sus vidas a la atención de los enfermos.

El inicio de 2021 llegó con un entorno político que afectó todas las actividades económicas y sociales y causó aún más incertidumbre. La lucha legal que se presentó después de las elecciones de noviembre solo sirvió para enrarecer aún más el ambiente en el que tratábamos de regresar a una normalidad que cada día se veía más lejos. 

No con la rapidez que todos hubiéramos esperado, pero finalmente la ley y la razón prevalecieron y pudimos comenzar a ver el funcionamiento del gobierno y de las estrategias que tratarían de rescatar el trabajo de la ciencia en favor de la población. 

Hacia primavera las vacunas comenzaban a circular entre la gente de la tercera edad y la población más vulnerable con condiciones preexistentes de salud. 

¿habría viajes en verano? Bueno, la verdad es que los viajes comenzaron a darse desde verano de 2019. Todo mundo pensaba que comenzarían los viajes por carretera a destinos cercanos a casa y estuvieron, en parte, en lo cierto. Porque de igual forma se comenzaron a dar los viajes en avión a destinos a no más de dos o tres horas de distancia de casa, pero la gente tenía este gran deseo de viajar y comenzó a hacerlo. Así que la inercia continuó y la gente siguió viajando. Llegó diciembre de 2020 y la afluencia turística a destinos de playa siguió creciendo. Así que en verano de 2021 los viajes ya se habían recuperado a un 50% con respecto a 2019. Y en algunos lugares aún mostraban una recuperación más marcada. Los viajes siempre representaron el mejor indicador de confianza en el entorno por el que atravesamos, porque requerían de valor, decisión y recursos. Había que subirse a un avión, hospedarse en un hotel y desayunar, comer y cenar en entornos totalmente desconocidos. Sin embargo, cada día crecía más el número de personas que estaban dispuestas a hacerlo.

Llegó otoño de 2021 y cada vez más personas se habían vacunado. Sin embrago, seguía un número importante de gente que no creía en las vacunas y que no se iba a vacunar, como estaba previsto. Había que seguir viviendo en este entorno y ver el comportamiento de la convivencia entre los vacunados y los no vacunados.

Sin duda, el COVID llegó para quedarse, tal como la influenza. Había que aprender a vivir con el y con la gente que se contagiaba. Sin embargo, todavía a en diciembre de 2021 no sabíamos con claridad como nos protegería la vacuna, los refuerzos que requería, la periodicidad, que vacuna funcionaba mejor que otras, en fin, seguíamos aprendiendo.

Sin embargo, hoy despierto en este primero de enero de 2022 pensando que casi podemos decir que la pandemia está detrás de nosotros con la gravedad que nos impuso desde su inicio, pero que seguirá presente y evolucionando como muchos otros virus con los que hemos aprendido a convivir.

Creo que mi mejor indicador es que estoy despertando en Nueva York, después de recibir Año Nuevo en nuestro restaurante favorito y ver los fuegos artificiales en Central Park desde la terraza. Bienvenido 2022, hay que recuperar el tiempo perdido. 

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