LA IMPORTANCIA DE COCINAR EN CASA

Aunque cada vez es menor el número de familias que lo hacen de forma diaria, esta costumbre contiene virtudes que van mucho más allá de la cocina. Isela Febres nos cuenta algunos beneficios.

Por Isela Febres


Una de las preguntas más frecuentes para muchos de quienes estamos a cargo de preparar la comida en casa es: ¿Qué cocinaré hoy? Seguramente existirán aquellos que planifiquen la semana con anticipación, pero para la gran mayoría de nosotros, esta pregunta a veces suele traducirse en un dolor de cabeza. Sin embargo, si nos remontamos a nuestros ancestros, las horas que se pasaba uno en la cocina eran verdaderamente incontables, pues había que preparar tres comidas distintas o hasta más en cada día, y pese a esto, en muchos hogares esta tradición era una práctica amena y enriquecedora. Además había que sentarse a la mesa en familia, y era durante la tradicional sobremesa que la mayoría de los familiares se mantenían al corriente de sus vidas. Y aunque hoy en día el número de horas en la cocina es menor, para muchos de los que vivíamos estas tradiciones en nuestros países nos resulta difícil continuarlas, por más que no queramos renunciar a ellas a pesar de que pareciera que vamos contracorriente en esta sociedad moderna.

La inclusión de la mujer al mercado laboral masivo dio inicio a la popularidad de las comidas congeladas, especialmente en los Estados Unidos, donde la falta de tiempo para cocinar en casa también impulsó el concepto de comidas “drive-thru”.

¿Qué ha cambiado? ¿Por qué nos cuesta tanto pasar una parte del día en la cocina y preparar un platillo para la familia de manera diaria? Pienso que existen varios factores que han influenciado nuestra actitud y nuestra asignación del tiempo a la preparación de nuestra comida. Y por ello, analizo algunos hechos en la historia que han afectado nuestra dieta moderna.

Me remontaré a las primeras décadas del siglo XX, cuando la mayoría de productos frescos se conseguían fácilmente, pues las zonas urbanas mantenían buen acceso a los campos de cultivo y por tanto, a los productos más frescos y menos elaborados. Una de las preguntas que se hace Michael Pollan en su best seller “El dilema del omnívoro” es si nuestros abuelos o bisabuelos reconocerían los productos que consumimos hoy como alimenticios; ¡ni qué decir de los ingredientes! Pollan incluso nos aconseja no consumir aquellos alimentos que nuestros bisabuelos simplemente no reconocerían en su día como “comida”.

Son muchos los factores causantes de este profundo cambio en nuestra alimentación actual. A mediados del siglo pasado, por ejemplo, la mujer se insertó al mundo laboral de manera masiva. La mujer, que por tradición había estado a cargo del hogar y por tanto de la preparación de los alimentos en casa, tuvo que buscar alternativas para cubrir aquella necesidad alimenticia que ahora el tiempo no le permitía. Este nuevo escenario dio inicio a la popularidad de las comidas congeladas y elaboradas, y muy especialmente aquí en los Estados Unidos, donde la falta de tiempo para cocinar en casa también impulsó el concepto de comidas “drive-thru”, que es tan común en nuestras familias hoy en día.

Por otro lado, el mercadeo de este tipo de comidas se hizo cada vez más agresivo y la industria alimenticia dio un giro inesperado, ya que el mensaje de fondo era sencillo: “Usted no tiene tiempo para pasar en la cocina, deje que nosotros le ofrezcamos la comida lista”. Para muchos a primera vista esto pareciera algo realmente conveniente, pero la pregunta que deberíamos hacernos es ¿a costa de qué? Lo que nos están ofreciendo es comida de menos calidad, menor sabor, con ingredientes desconocidos y peor aún, nocivos para la salud, tal como ya he explicado en artículos anteriores.

Otro factor de importancia es que el tiempo que hoy se pasa en el trabajo – éste es cada vez mayor y es bastante común no cenar en familia. Los padres llegamos a casa bastante tarde y no disponemos del tiempo no solo para cocinar, sino incluso para sentarnos a comer con el resto de nuestros familiares. Cada miembro come de acuerdo a su horario, y por ende, ¿qué estímulo hay para cocinar un festín si ni siquiera veremos el disfrute de éste?

Al evaluar diversos hechos de las pasadas décadas, que explican de alguna manera nuestra dependencia de la comida preparada y nuestra falta de conocimiento culinario, solo me queda brindar una posible solución para el dilema sobre ¿cocinaré hoy o compraré afuera? Te invito a pensar de manera detenida las veces que nos hemos sentado a la mesa con todos los miembros de la familia a disfrutar de una cena. Si esto sucede de manera diaria, claramente estás viviendo con las virtudes que trae consigo el hábito de compartir la mesa en familia. Y si actualmente ya logras esta unión algunos días a la semana, intenta hacerlo diariamente; piensa en esto como en un ritual de gran importancia.

Toma en consideración las horas que uno pasa en la internet, con el teléfono móvil, yendo a un gimnasio o simplemente a un restaurante. Tenemos la capacidad de preparar una buena comida de altísima calidad en menos de una hora, y con la práctica, quizás será menos tiempo en el futuro. Da rienda suelta a tu imaginación o busca aquellos platillos de mamá y de la abuela. Para los más modernos existen también excelentes aplicaciones en el teléfono como bluechef.com o greenchef.com (para los amantes de lo orgánico) y así comprobarás que esa hora en la cocina te traerá grandes recompensas, pues además del disfrute posterior colectivo entre los tuyos, que de por sí te acercará más a tus hijos, también te hará sentir mejor como persona.


Isela Febres es ingeniera agrónoma y amante de la buena alimentación. Para contactarla, puedes escribirle al correo electrónico iselafebres@yahoo.com

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